Ingen Ko Pa Isen / No Cow on the Ice, de Eloy Domínguez Serén
Eloy Domínguez Serén va situando en cada plano su mirada, colocando la cámara incluso antes que su propio cuerpo, fijándola mientras trabaja arreglando el techo de una casa o cortando melocotones como pinche de cocina en un restaurante. Pareciera que la filmación lo salva de cierta precariedad a la que los jóvenes españoles están supeditados cuando llegan a Estocolmo. Eloy filma, y mientras tanto va buscando trabajo, enamorándose o aprendiendo un nuevo idioma. Y es esto último precisamente lo que parece transitar toda la película, la búsqueda por ordenar un mundo que primero hay que entender en palabras, pero que incluso antes de eso ya puede ser filmado, pues el cine es por sí solo una forma que ya piensa. El asombroso aprendizaje del idioma sueco por parte de Eloy va ir modificando sin embargo su mirada en una especie de tránsito que comienza con la llegada al país y termina con el reencuentro del lugar que ya habitaba. Toda la filmación es por tanto parte de ese encuentro, y donde la frase que da título a la película Igen Ko Pa Isen / No Cow on the Ice pareciera ser el mantra con el que el director, y protagonista, habían llegado a Suecia. Una frase que sólo puede entender al final del viaje, pero que es en realidad la explicación de todo lo demás. Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo señalaba Wittgenstein, y esa pareciera ser la premisa de una película cuyo final nos recuerda en realidad otra frase, esta vez de Nietzsche, aquella que dice que el hombre solo puede encontrar aquello que ha escondido antes.
Ojo Salvaje, de Paco Nicolás
Qué pasaría si un hombre filmara por vez primera su realidad, sin mas conocimiento que el de su sentido común, sin mas interés que el de su propia vida. Ese parece ser el punto de partida del protagonista de este documental cuando decide comprarse una cámara de video y filmar su cotidianidad. El director recoge el archivo de un hombre de pueblo metido a cineasta, tratando de salvar con el gesto aquello de que en el fondo uno sólo puede filmar con total sinceridad aquello que conoce profundamente, aquello que para uno es importante. El protagonista de Ojo Salvaje, lo hace con su propia vida de una manera descarnada y directa, de una forma no salvaje, sino casi todo lo contrario, cercana, pues apenas hay distancia entre lo vivido y lo filmado. Y de esa forma, el protagonista un buen día decide que la cámara es también el lugar donde mantener vivo a un ser querido que se está muriendo, que se ha muerto. La tradición de la fotografía funeraria recoge en las manos de este hombre el sentido profundo de una práctica que fue común a comienzo del siglo XX y que ahora realiza con una cámara de vídeo doméstica. Desde un punto de vista cinematográfico no se trata de una anomalía, filmar a un muerto al que se quiere alargar la vida remarca en el fondo el sentido profundo de la práctica cinematográfica, pues como ya apuntara Víctor Erice el cine es sobre todo una especie de arte funerario.
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