Por David Varela

Nos dice la RAE que cineasta es aquella persona que trabaja en la industria artística de cine, en función destacada. Esta definición podría servirnos perfectamente para entender el trabajo que Marta Andreu ha venido y viene desarrollando inagotablemente a lo largo de los últimos 20 años. Casi diríamos que en su caso habría que aplicárselo en plural, ya que son tan amplias y diversas sus funciones en la creación cinematográfica, que el singular se le quedaría corto: docente, tallerista, programadora, asesora, guionista, sonidista y, como colofón lógico a todas estas facetas vinculadas entre sí, productora.

Y lo destacable, bajo mi punto de vista, no es el puro hecho de que realice todas estás prácticas, si no que lo haga siempre desde una misma perspectiva multiplicadora de sentidos y de gestos, desde la voluntad férrea de abrirse constantemente hacia aquellos lugares donde la estética ha de ser siempre medida según una ética de la convivencia y la recuperación de la memoria común que conforma indefectiblemente nuestro presente.

Así, la memoria es uno de los ejes de sus enseñanzas y de sus producciones; una memoria activada a través del retrato, de la interacción vivificante que se genera cuando la cámara se enfrenta a ese otro personaje que no es el yo, pero que lo define igualmente. Dicho de otra forma: Marta Andreu analiza, descompone, cuestiona, acompaña, escribe y produce un cine autoreflexivo que acaba por mutar y configurarse en paralelo también en un retrato del otro. O tal vez sea a la inversa: el cine del retrato de un otro que nos hace comprender, en su crudeza y en su belleza, lo que realmente somos; o, en todo caso, lo que podríamos llegar a ser.

Esto resulta palpable en varias de sus obras como guionista y productora, aunque son Cuchillo de palo (2010), de Renate Costa, y su última producción, Amanecer (2018), de Carmen Torres, donde más se evidencia esta pluralidad de voces que reverberan unas en otras. Las relaciones paterno y maternofiliales (o más bien a la inversa) son los espacios de reflexión sobre la memoria que predominan en su cine; y es la mirada femenina el eje fundamental desde donde se activan esos deseos por comprender lo que somos a través de los que fuimos. Y es ahí, en esa reflexión activa y participativa del pasado en relación con el presente, donde nace la intimidad necesaria sobre la que (re)construir unas historias que, al sobrepasar la limitación yo, se convierten en obras de materia universal.

Tanto Renate Costa como Carmen Torres explican abiertamente en sus películas cómo la necesidad por conocer lo sucedido en el pasado de sus familias se torna en el verdadero motor del (auto)conocimiento; algo imprescindible para encontrar un cierto equilibro en sus vidas. Y es el desvelamiento, más o menos evidente, de esas sombras que sobrevuelan las historias familiares, lo que les permite empezar a descubrirse en un nuevo proceso de aceptación consigo mismas y con esa historia común que les fue encubierta. Una revelación sucede entonces que las transforma, y a nosotros con ellas.

Esa lucha constante entre lo privado y lo íntimo (que tanto le gusta diferenciar a la propia Marta), entre el exhibicionismo y la pulsión del que se abre al otro, entre la mirada absorta y la búsqueda prolífica de las propias raíces, es algo que está tanto en sus encuentros, talleres, charlas y asesorías, como lo estuvo, a buen seguro, en los procesos de escritura, desarrollo y montaje de las películas que ha producido. Dos facetas -la docencia y la producción-, donde Andreu logra mimetizarse de tal forma con los proyectos y las películas, que los hace suyos, los arropa y los impulsa hacia un lugar que la identifica también a ella, pero sin convertirla en protagonista.

Escuchar a Marta Andreu es como adentrarse en una espiral de dudas inevitables que acompañan con ternura (y rigor) los procesos más fértiles de construcción del cine documental. Así lo atestiguan tantos alumnos y proyectos en los que ha podido participar de una forma u otra. Un cuestionamiento sano que nos va a acompañar también en esta nueva edición del 3XDOC, con el deseo puesto en la búsqueda de la mejor manera de afrontar juntos un cine tan frágil y, al mismo tiempo, tan poderoso como el que nos ocupa.