Sobre la película Archipiélago de Colectivo Archipiélago en el Ciclo DOCMA de diciembre de 2024, por Estrella Millán Sanjuán
El tema de las cartas o correspondencias resulta muy agradecido en cine por las diferentes formas en que puede abordarse. De una forma más clásica y magnífica a lo Wyler u Ophüls, o explorando más posibilidades expresivas con audios sobre formas visuales experimentales de una madre preocupada y su hija en News from Home (1976), de Chantal Akerman; o bien estableciendo un espacio con la voluntad de compartir afinidades entre dos directores buscando la complicidad del espectador al crear imágenes muy expresivas en Correspondencias Jonas Mekas-J.L. Guerin. También lo encontramos en el cine de Rita Azevedo en la relación epistolar entre la poeta Sophia de Mello y Jorge de Sena, sobre un bello engranaje verbal y pictórico (2016) y en la película Transoceánicas (2020), donde dos directoras, Meritxell Colell y Lucía Vasallo, comparten experiencias, anhelos y modo de observar la vida a mucha distancia entre las dos.
En este caso que nos ocupa las correspondencias se producen bajo un marco muy distinto. Aquella etapa de incertidumbre, miedo, ganas de reflexión y regeneración que se dio con la pandemia a nivel global en 2020. Presentado el lunes (30 de septiembre) en el Festival ALCANCES de Cádiz, somos testigos del parón a todos los niveles que afectó, cómo no, también a lo creativo y que este colectivo, a raíz de la iniciativa de Jorge Guerrero Zotano, se propuso afrontar a modo de cruce de cartas audiovisuales por parejas que expresaran y dieran voz a esas dudas que a todos nos angustiaron en esos interminables días, enclaustrados en cuatro paredes, con ventanas por donde mirar el escaso mundo que se nos privó. Cortos de este Colectivo Archipiélago de directores/as provenientes de la asociación de cine documental DOCMA, y la colaboración de Cochabamba Films, que han visto cristalizado su sentir en la misma dirección a través del montaje de David Varela, quien ha proporcionado la unidad necesaria para que adquieran una misma voz entre las islas de ese archipiélago que se encontraban alejadas en diferentes países y ciudades de España, pero que necesitaban reafirmarse, seguir con su oficio y conseguir dialogar entre ellos a través de sus diferentes formas de expresión coral en el montaje final.
Laboriosa tarea la de crear una conjunción entre tan diferentes perspectivas, pero que lanza por la diversidad estilística, formal, situación personal, tipo de formatos, material, un producto con una riqueza visual y conceptual atrayentes. Un ensayo sobre el peso del aislamiento de esas dos primeras olas del confinamiento, la desesperación, la necesidad de saber del otro, anhelar el tacto, pensar que nos iba a cambiar, que era un antes y un después… Temas que no nos gusta recordar, pero que estuvieron ahí y tuvieron su coste emocional y vital. Por ello, nos reflejamos en los ojos llorosos y expresión cansada de Sandra, nos ilusionamos y emocionamos con la sencillez y naturalismo de esos primeros paseos de niños como la hija de Alberto que necesitaban respirar y observar en la distancia a otros.
Entendemos esa rutina de gestos cotidianos que se repiten en el corto de Juanjo y observamos que la vida se abría paso con la maternidad que apremiaba o plantas que crecían en las aceras, aunque nos quisieran paralizar la existencia. Ciudades casi distópicas, trinos de pájaros que ocuparon el espacio donde antes estaban sepultados, abejas que siguen trabajando ajenas al miedo. Texturas de plantas, verduras que se pudren, campos que ven crecer sus pastos, animales libres, videoconferencias familiares con ecos lejanos de cariño intangible. Rayo de luz en cortinas que serpentea, tiovivos que se detienen, ventanucos que protegen porque no deseamos sufrir con el fuera de campo. Imágenes del centro neurálgico del virus en la UCI de un hospital. Y un dibujo de una planta verde con la ciudad al fondo que se convierte en el cartel de este documental. Todo un cúmulo de planos que nos interpelan, algunos más poéticos que otros, pero que navegan en la misma dirección.
Porque la naturaleza sigue su curso, no se detiene, nos recuerda quiénes somos, que estamos de paso y que nos destruiremos solos. Reflexiones y voces que se escuchan, como la de Chantal Maillard en su poema “Escribir”; se leen frases, y observamos un epílogo melancólico con las aguas de Lanzarote y un poema sabio de más de cien años y muy actual de Sara Teasdale en 1918 con motivo de la I G.M. y la pandemia de gripe de ese año. Busquemos un renacer de la naturaleza que ignore las rencillas humanas.
There Will Come Soft Rains
Vendrán días de suaves lluvias.
Vendrán suaves lluvias y el olor de la tierra,
y golondrinas volando en círculos con su sonido centelleante.
Y ranas en las charcas, cantando en la noche,
y ciruelos salvajes de un blanco trémulo.
Los petirrojos llevarán su fuego emplumado,
silbando sus deseos sobre una valla de alambre.
Y nadie sabrá de la guerra,
a nadie le importará cuando al fin termine.
A nadie le importará,
ni a las aves ni a los árboles si la humanidad desapareciera por completo.
Y la propia primavera,
al despertarse al alba,
apenas si sabría que hemos marchado.