Existe un mito nacionalista español que asegura que España siempre quiso ser una, grande y libre, que su destino era imperial, y que el castellano siempre fue su lengua única y esencial. Existe otro mito nacionalista catalán que asegura, todavía en 2014, que todos los que estamos al otro lado de la frontera catalana somos personajes con camisa azul y brazos en alto, que impedimos la culminación de las aspiraciones personales y profesionales de los habitantes de Cataluña.

Frente a las abstracciones territoriales de uno y otro signo, frente a los reduccionismos y las caricaturas beligerantes, como comunidad artística nos interesa la resistencia de los cineastas con voz propia, la introducción de la asincronía, la ironía, la duda contra la certeza fanática, los datos históricos contra los míticos, la manipulación poética frente a la manipulación política. La imagen simplificada que los nacionalismos español y catalán han inventado para homogeneizar lo que no puede dejar de ser una realidad porosa, compleja y múltiple, nos chirría como algo que ya hemos sufrido antes, y contra lo cual invitamos a todos a ponerse en alerta, a investigar entre las grietas de los monumentos levantados por las historias oficiales, como hacen las dos películas que presentamos en esta sesión.

1.
“Adelante; descubra ahora uno de los conjuntos más asombrosos y sobrecogedores de cuantos gestiona el Patrimonio Nacional: la Santa Cruz del Valle de los Caídos”.

patrimonionacional1Patrimonio Nacional, la nueva película de Jean Castejón, es una aproximación oblicua a un espacio problemático, que se interroga sobre el último reducto arquitectónico de una concepción egipcia del poder y la muerte; el último reducto simbólico de peregrinación que les queda a los nostálgicos de una cierta idea de España. La película lo tantea como se tantea un recuerdo traumático, o un material al rojo vivo: a través de círculos de espacio y tiempo, de mirada alucinada y memoria fragmentada, herida.

El primer círculo de aproximación se abre con grietas en la piedra de Cuelgamuros, con atisbos de pinturas, fotografías, fotogramas sobreimpresos en esas grietas en la piedra, que son también grietas en la historia. Una voz en castellano habla de hombres que vuelven a caer una y otra vez; otra voz en francés recupera el texto decisivo de la Guerra Civil española, escrito medio siglo antes de la Guerra Civil española. Recorre la película la banda sonora del Valle de los Caídos: un viento incómodo, como de cripta a medio cerrar. Castejón manipula y distorsiona con virtuosismo experimental decenas de documentos visuales y sonoros de la construcción del monumento, de quien lo encargó, de quien lo inauguró, pero también de quien lo construyó: siluetas anónimas recortadas y viradas a rojo sangre.

Es un viaje onírico e hipnótico hacia el último círculo dantesco de Cuelgamuros, un círculo de memoria que carece de memoria: la turistificación kitsch y amnésica actual, con una audioguía que repite, como un pájaro en una jaula, una descripción aséptica de los recovecos del monumento. Una descripción, por cierto, apoyada en el reconocimiento explícito de la nueva narración psicótica de la Historia de España inaugurada en el 39.

Todos los monumentos conmemorativos dilatan su presente de manera indefinida, creando nuevas significaciones que entran en conflicto con cada presente, con cada nuevo acuerdo de definición estética o de convivencia social y política. Lo insólito, parece gritar la película de Jean Castejón, es que en este nuevo presente en el que todo, nos aseguran, ha cambiado por completo, el pájaro encerrado en la audioguía oficial del monumento nos recuerda con su aséptica seguridad que quizá no todo haya cambiado por completo hasta el punto que creíamos; que quizá es ya hora de actualizar o bien la audioguía, o bien la sociedad que sigue validando su narración.

2.
Port trade portrait, la nueva película de David Batlle, es también una aproximación oblicua a un espacio problemático. A partir de algunas esculturas y relieves inquietantes de la ciudad, que le persiguen en la memoria, Batlle investiga y se interroga sobre el puerto de Barcelona, uno de los no-lugares por excelencia de la modernidad turística de la ciudad, uno de los espacios que define la Marca Barcelona.

portradeportraitComo probaba su anterior cortometraje, A conserveira, Batlle tiene predilección por un tipo de ordenación serial y muy efectiva de los materiales que propone. En aquella ocasión, compartimentaba el espacio de una fábrica de conservas gallega en una taxonomía de cuidados encuadres de máquinas y personas, asimilando y unificando a ambos, pero encontrando a la vez gestos de humanidad y azar que rompían la completa asimilación. En esta nueva obra la taxonomía de planos se mantiene, dando la impresión de una objetividad irónica muy sugestiva.

El film es sencillo y efectivo: una serie de encuadres fijos y de panorámicas de 360 grados, puntuada por dos rotundas entrevistas. Los primeros, cargados de suspense, realizan una cartografía visual y sonora del puerto de Barcelona, entre el cine observacional y su parodia a través de algunas “intromisiones” del observado en el espacio fuera de campo del observador, que lo ponen al descubierto. Son imágenes de observación próxima a la etnografía, pobladas por hordas de turistas, sufridos autóctonos e inmigrantes africanos intentando vender mercancías en los límites de la legalidad. En contrapunto, y con desarmante profusión de datos, las dos entrevistas decisivas propuestas por Batlle realizan una demoledora resignificación de este espacio, que obliga a replantear la nítida contraposición nacionalista entre la España de la leyenda negra y la Cataluña moderna, tolerante, cosmopolita.

Cuando volvemos a ver, tras esta reveladora grieta central, las panorámicas del puerto pobladas de inmigrantes africanos vendiendo precariamente sus mercancías, lo que vemos, que sigue idéntico, ha cambiado por completo.

Guillermo G. Peydró