Sobre Vida férrea de Manuel Bauer por Víctor Fernández López

 

Una vida suspendida en el tiempo, en la lentitud de un desarrollo que no llega a explotar, que continúa su viaje de ida y vuelta desde hace cientos de años, con férrea imposición a unos raíles comunitarios, políticos y sociales que se encuentran detenidos a los pies de un descenso que la  película muestra tanto física como emocionalmente. Vida férrea (2022) parte de un concepto extraordinario para hacer un recorrido testimonial por la nación peruana. Saliendo de Los Andes, 4.800 metros sobre el nivel del mar, lugar donde se extrae el mineral que carga el Ferrocarril Central de Perú que sirve como vehículo narrativo, la cinta de Manuel Bauer desciende hasta el Océano Pacífico a través de un trayecto de extracción a exportación que sirve como rima poética con su postal de ciudades fantasma y de cuestiones humanas impuestas por una economía apresada.

Adelantando ya desde el inicio su meditativo tempo narrativo, casi suspendido, como ese tren empujado lentamente por su propio peso, Vida férrea sitúa la cámara en los procesos laborales del mineral, dejando siempre un espacio de respeto y atención en la mirada y la escucha. La mirada, por un lado, que camina entre las vías, los pueblos que descansan a sus orillas y los habitantes, con la misma velocidad con la que avanzan sus días. Algo lejano en su visión de esos paisajes absorbidos por las exigencias extractivistas, como figuras engullidas por el irremediable descenso de ese tren (o ese país) que siempre los deja atrás. Algo parecido a lo que ocurre con la escucha, unos testimonios de varios habitantes que ven sus vidas marcadas, inevitablemente, por las consecuencias destructivas de una industria que mantiene activa y detenida, a la vez, su propia existencia.

Opuesto al cine soviético, donde la mirada subjetiva de la maquina ofrecía unos nuevos tiempos de cambio, velocidad y comunión, Vida férrea se ancla en un recorrido de abandono y contaminación,  aunque también de dignidad y transición, que da buena muestra de un “slow cinema” totalmente coherente. Una conversación sobre la explotación y el centralismo que transita por unas vías férreas que siempre piden detención y precaución a su paso, sirviendo como alegoría de un actividad económica que sostiene y condena, a la misma vez, a sus protagonistas. Una reflexión obligatoria y calmada que recorre los bellos paisajes de un país que, en sus pilares más olvidados, pide a gritos un cambio de dirección para su férreo mecanismo vital.

Víctor Fernández López