Sobre la película AMA-DAS de Marga Gutiérrez en el Ciclo Docma de noviembre, por Mateo Kesselman.

 

La violencia hacia la mujer como lacra es ya un fenómeno enraizado en la sociedad española, una problemática ineludible que el cine ha abordado desde varios flancos.

En un digno intento de contribución al relato, la directora Marga Gutiérrez  pone en escena a cuatro mujeres supervivientes de distintos tipos de violencia —Idoia, Pili, Rosa y Emma— y las acompaña con la distancia justa en su universo cotidiano. Todas sufren algún tipo de discapacidad, lo que no les impide llevar una vida plena.  Idoia es una mujer joven embarazada con esclerosis múltiple, su bebé es su proyecto y su asidero a la vida; Pili es una limpiadora que padece una fibromialgia que solo le permite trabajar dos horas por día; Rosa parecería estar construyendo nuevo amor lejos de su hogar y Emma, en conjunto con la actriz Mikele Urroz —en la trama más arriesgada—, prepara un monólogo teatral que representa el momento en que fue acuchillada ferozmente por su expareja. Almas vulneradas que resisten, con ánimo de amar y de ser amadas…

De forma cuidada y pausada, la narración va alternando las tramas individuales y entreverando cada una de ellas con sus voces.

Son esas voces las que signan la película. Desde que se escucha el primer testimonio en off de agresión de una de ellas por parte de su padre, sentimos que ese tiempo presente que tratan de vivir es incesantemente acechado por un pasado de violencia traumático que amenaza, siempre ahí, agazapado. Acaso sea en estos momentos donde los estáticos encuadres y la prolija fotografía trabajan con mayor fuerza a favor del relato. Como si ese blanco y negro sugiriera por momentos que la vida ha quedado detenida o se ha hecho prematuramente vieja para estas mujeres.

En este sentido, el personaje de Rosa marca la diferencia. La película respira de otra manera con la presencia de esta mujer. Quizá sea porque su retrato no solo está compuesto de fragmentos más o menos conexos, sino que además encarna una narración con rumbo. Es el personaje que quiere pasar  la ITV a toda costa para poder huir de Pamplona. Sus momentos son escenas autónomas con ritmo interno donde hay lugar hasta para la risa. Con ella, la película relaja su arsenal de recursos (sobre todo el uso de la música) para dar paso a su elocuente rostro.

Mateo Kesselman

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