Sobre la película Film, the Living Record of our Memory de Inés Toharia en el Ciclo Docma de abril.

Millones de imágenes se generan al día, dando lugar al momento histórico de mayor registro visual que jamás se haya contemplado. Tenemos fotos y vídeos que podrían considerarse piezas audiovisuales de gran importancia futura en la palma de nuestra mano, en nuestros soportes telefónicos. Esta no materialidad de lo que generamos nos enfrenta, a su vez, a una falsa sensación de control y salvamento que antes parecía pender de un hilo. Son conocidos los grandes incendios y catástrofes en filmotecas nacionales, que han acabado con importantísimas colecciones y obras. Menos conocidas son las prácticas que las propias productoras realizaban en los años dorados del cine mudo y del cine clásico, donde las copias de las películas eran destruidas por ellos mismos para la recuperación del dinero. Veían en el cine un negocio y no un arte, por lo que tenía una vida finita que terminaba allí cuando la cartelera retiraba sus carteles.

Por ello, Film, the Living Record of our Memory consigue dos cosas muy importantes: por un lado, sacar a relucir el impresionante trabajo de los archivistas, un empleo que no solo consiste en la preservación de nuestro cine y nuestra memoria, sino también en la búsqueda de obras perdidas, su restauración y conservación para que en el futuro puedan seguir viéndose tal y como se concibieron; y, por otro lado, lanzar una reflexión sobre la importancia de la imagen como elemento artístico e histórico.  Al igual que en el pasado las productoras destruían sus propias cintas, en la actualidad estas mismas deciden como y cuando almacenar y ofrecernos su producto. Un producto que, además, en lo digital abre nuevos peligros. Sabemos que el formato físico, en las condiciones idóneas, puede conservarse cientos de años, pero… ¿lo digital? ¿Cuánta vida tiene un archivo inmaterial?

Todo arte necesita su cuidado, es gracias a él que conservamos la memoria, nos acercamos al pasado y podemos elaborar más conscientemente el futuro. Si esta concepción no cambia, seguirá ocurriendo lo que ocurrió en los albores del cine, de los cuales apenas el 20% de la producción ha llegado hasta nuestros días. El formato físico no es una moda, sino una naturaleza mediante la cual encapsular el tiempo. Inés Toharia Terán lo refleja entrevistando a los grandes profesionales de este apasionante trabajo. Uno que se esconde tras los grandes nombres y sin los cuales no podríamos entender el presente ni avanzar al futuro. Por ello, resulta un documento que, elaborado quizá desde un prisma documental más informativo que cinematográfico, acaba siendo, de todos modos, de profundo interés para cualquier cinéfilo. O, en general, para cualquiera dispuesto a abrir los ojos ante uno de los lenguajes artísticos más consumidos y desgraciadamente más banalizados en la historia del arte contemporáneo.

Víctor Fernández López

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