Gonzalo Millán recita un poema sobre la (im)posibilidad de volver atrás en el tiempo para reinstaurar la justicia. La figura de otro exiliado chileno frente al mar: voz, memoria y denuncia de la historia negra de un país que tardará cien años en equilibrarse tras el desastre del golpe de estado de 1973, según palabras del propio Patricio Guzmán. Dos imágenes de esperanza y dolor que abren y cierran Filmar obstinadamente, de Boris Nicot, una película que brinda el espacio y el tiempo necesarios para que el cineasta chileno nos regale su experiencia de creación y de vida, indefectiblemente unidas la una a la otra.
Y el gran acierto de la película consiste justamente en eso: abonar con inteligencia el terreno para una conversación con Patricio Guzmán, donde las grabaciones de audio, los documentos escritos, las fotografías, y sobre todo las imágenes y testimonios de las películas de propio Guzmán, le sirvan a este como detonante para elaborar su discurso generoso y pausado. En el mismo lugar donde edita su último trabajo hasta la fecha, El botón de nácar, Nicot empuja al cineasta chileno a rememorar sus métodos de trabajo en películas esenciales como La batalla de Chile, La memoria obstinada o Nostalgia de la luz. La reacción como espectador de Patricio Guzmán frente a sus propias imágenes revela casi tanto como lo que a continuación nos explica; sus palabras ya están contenidas en su mirada, su expresión aterida del frío y la compasión que provocan las palabras de una mujer torturada, o de los jóvenes que explican entre sollozos lo que significa para ellos una dictadura que ni siquiera han vivido.
Una memoria colectiva que sobrevive en parte gracias a esa inmensa obra cinematográfica que abarca, con mirada humanista y certera, el espíritu y los demonios de un pueblo en proceso de redención. Y ahí reside la eterna querella -como en esta España nuestra-, entre los que quieren avanzar sin soltar lastre o sin mirar atrás, y los que buscan sepultar definitivamente ese fardo, tras cantar a todos los muertos y escuchar todos los perdones y las ineludibles condenas.
Por eso es un regalo escuchar a Patricio Guzmán. Por eso y por la simplicidad con que nos invita a recorrer su proceso de creación, los métodos, las incertidumbres y, con sus propias palabras: “…el placer de la aventura, de avanzar sin tener una dirección determinada”. Mientras que para explicar la preparación previa de La batalla de Chile o El caso Pinochet, Guzmán nos muestra diagramas preparatorios muy minuciosos -casi inabarcables para una sola película-, en sus últimas obras se muestra más dispuesto a asomarse a lo imprevisto, con su carga incorporada de extravío y abismo. “A mí no se me ha ocurrido nada, está todo ahí. La única ocurrencia es descubrir el lugar”, nos cuenta en relación a las búsquedas e investigaciones para ordenar su Nostalgia de la luz. El desierto de Atacama como punto focal donde confluyen todos los tiempos, demasiados calvarios y algunos saberes del mundo.
Patricio Guzmán se siente cómodo ante la posibilidad de explicarse, de explicar la historia de su pueblo herido. Y gratamente sorprendido frente a una serie de fotos que Nicot le presenta en forma de puzzle evocador, donde se presentan sus películas misteriosa y complementariamente. Unas manos muertas que remiten a otras vivas; los rastros difusos de la vida de Allende; la imagen de la amnesia frente a una enciclopedia del dolor. Toda particularidad refuerza y vivifica el conjunto. Cada detalle se refleja en el todo, desbordándolo, amplificando el mensaje, desvelando nuevas conexiones que lo protegen, temporalmente, del mismo olvido.
¿Cómo hacer para que permanezca en vida la muerte? ¿Cómo lograr que no se ignore la vida que fue arrebatada? ¿Cómo conquistar el pasado y hacerlo presente, avanzando así otro futuro posible? Preguntas todas que se actualizan gracias a esta hermosa película y a través, cómo no, de tantas otras de un maestro y exiliado chileno.
David Varela, cineasta y programador.