Sobre la sesión ‘Limbos cubanos: La ciencia ficción según Rafael Ramírez’ en el Ciclo Docma de diciembre por Víctor Fernández López.

Un individuo mira a través de una ventana. Observa, en absoluta quietud, el exterior de un espacio inconcreto que parece haberse detenido. A su alrededor, otros individuos esperan sin movimiento la llegada de un cambio. Visores observan las rutinas de una casa en ruinas. Los sonidos de la guerra invaden el fuera de campo, casi como una reverberación del pasado. Lo mismo ocurre con las voces procedentes de grabaciones de radio, como si el presente fuera una especie de futuro suspendido en el recuerdo, colapsando en el espacio-tiempo. La detención política y las fronteras tradicionales de un lugar imbuido por la abstracción y el progreso congelado. Así es el cine de Rafael Ramírez, una colisión entre la ciencia ficción de influencias soviéticas y las particularidades insulares de una tierra, foco de su cine, como es Cuba.

Rafael Ramírez es uno de los principales representantes de ese llamado «Nuevo cine cubano», procedente de las ramas más documentales de la Escuela Internacional de Cine y TV de San Antonio de Los Baños. Un cine capaz de situarse en el umbral entre la realidad y el sueño, entre la ficción y el documental. Una mirada dispuesta a dialogar, mediante la fuerza de unas imágenes que transitan entre la recreación de archivo y la captura física del limbo terrenal, con las posibilidades futuras de una isla en intenso replanteamiento social. Siempre hay algo cósmico en las películas de Ramírez, desde sus inicios con Diario de la Niebla (2015), un falso reportaje de estética pesadillesca y epidérmica sobre la ciudad ficticia (y fantasma) de Dzershinsky, hasta su más laureado cortometraje Los perros de Amundsen (2017), una adaptación Lovecraftiana del último volumen de la Trilogía Acéfala de José Luis Serrano, poeta cubano de profundo antiesquematismo.

Quizá, por ello, el cine de Ramírez conecte de manera tan brillante con ese esqueleto de colisión y ecos. En palabras del cineasta, «las películas deberían nacer de oscuras conflagraciones, del estallido del fulmicotón». Por eso su cine resulta tan desasosegante y pacífico a la vez. Porque la cámara configura impulsos que, en muchas ocasiones, no tienen una conexión clarividente o certera con aquellos que les suceden después. Pero, sin embargo, conecta con espacios y emociones de meditado aislamiento ya que, para Ramírez, «hay que filmar el poema y lo que genera al poema, esa especie de semen que solo se impregna sobre el celuloide». Una casi extraterrenal mirada cinematográfica que parte de los conflictos de fondo de una sociedad política para intentar encontrar, en un proceso de autodescubrimiento narrativo y fílmico, el futuro utópico (o distópico) que nos suceda.

En la sesión del Ciclo DOCMA podrá verse toda la obra de Rafael Ramírez: Diario de la niebla (2015), Limbo (2016), Alona (2017), Traces of the Inscribed (2017), Los perros de Admundsen (2017) y el inédito cortometraje Portrait of a filmmaker (2021).

Víctor Fernández López

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