Sobre El Paraíso de Dulce Ferreira, por Yago de Torres.
¿Quiénes son las bestias que habitan en los sueños del “país más feliz del mundo”? Dulce Ferreira, cineasta venezolana residente en España, responde en El Paraíso, su primer largometraje, de manera un tanto enigmática: “hay preguntas que son una respuesta en sí mismas”. Venezuela está sumida en una realidad política y social compleja y circular, en la que la autopercepción colectiva se vuelve problemática.
La llegada de la cámara al hogar de los Ferreira coincide con fuertes revueltas en contra del presidente Carlos Andrés Pérez que culminan con el fallido golpe de estado comandado por Hugo Chávez en 2002. Los vídeos filmados por el padre, rescatados de la hemeroteca familiar por la directora, relatan la historia de los Ferreira desde finales de los 80 y dan cuenta de los procesos históricos a través de las opiniones de los integrantes de la familia, que expresan sus miedos e incertidumbre ante el devenir político del país. La voz en off de Dulce, siempre literaria, aporta la perspectiva histórica necesaria para la lectura de los acontecimientos.
Un giro en el punto de vista señala el inicio de una segunda parte en el filme y la transformación del “paraíso” del título en quietud y deterioro. Diez años después del fallecimiento del padre y la última cinta de vídeo, la directora vuelve a una casa que le resulta ajena y enrarecida. Las imágenes cascabélicas de los vídeos de archivo dan pie a planos fijos y observacionales de un espacio vacío, filmados por Dulce, que revelan conscientemente la ausencia del antiguo encargado de registrar una cotidianidad familiar que ya no existe. ¿Es necesario deshacerse de los recuerdos? ¿Qué es lo que ha cambiado?
El Paraíso toma la forma de un grito angustioso por confrontar esas “cicatrices imborrables que se traducen en nostalgia”. Una Venezuela en decadencia, huérfana desde la muerte de Chávez, se refleja de forma análoga en el microcosmos familiar, vacío desde la muerte del padre. La directora recoge el testigo, la cámara, para terminar con la orfandad en las imágenes y luchar por comprender un país contradictorio en el que, a pesar de su hundimiento, “siempre habrá hueco para cerveza fría y parrilla”.