Sobre Camagroga, por Víctor Fernández López
A través de antiguas fotografías de la huerta valenciana, Camagroga (Alfonso Amador, 2020, España) inicia un largo y contemplativo recorrido de resistencias en torno a la agricultura mediterránea y su labor artesanal. Una labor que lleva años sufriendo el imparable deterioro de un proceso de modernización e industrialización que ha ido devastando los campos y huellas de un trabajo tradicional y hereditario. Abriendo el filme con esas imágenes del pasado, el tercer largometraje del cineasta madrileño Alfonso Amador expone una mirada capturadora de la esencia: mediante un formato 4:3 con bordes redondeados, que simulan un antiguo visor fotográfico, la película recoge el testigo etnográfico de aquellas instantáneas para traerlas a un presente en profunda descomposición.
Siguiendo un año de trabajo de Antonio Ramón y su hija Inma, una de las últimas herederas de la tradición laboral familiar en el cultivo de la chufa en el pueblo de Alboraia, Camagroga construye un bello retrato sobre la artesanía del campo. La lentitud y calma de sus labores se traducen en una observación contemplativa de las distintas etapas: desde la plantación hasta el envasado, pasando por la recogida y selección de los frutos. Las carreteras se levantan con frialdad e indiferencia a los márgenes de las huertas. La velocidad de los coches contrasta directamente con la paciencia de sus labores. Incluso la tecnología de la que se ayudan mantiene otro ritmo de vida, uno que Alfonso Amador respeta y adapta a su relato.
Así, el tiempo adquiere una importancia notoria. Iniciando la narración en otoño, la película recorre las distintas estaciones prestando atención a la tradición comunitaria. Tras superar el duro invierno, la primavera florece y las raíces familiares también comienzan a fortalecerse en su sentido más hereditario. La aparición de Marc, el nieto de Antonio e hijo de Inma, sirve como contrapunto esperanzador a esa progresiva pérdida de las costumbres. «La Huerta está muriendo», afirman los más veteranos. Pero Marc, sirviendo de equilibrio entre la singularidad cultural y el progreso que la devasta, se resiste a dejarnos creer que eso ocurrirá. Camagroga, a través de la música tradicional valenciana, de su idioma y sus paisajes, muestra la resistencia. Resistencia que, volviendo al otoño y continuando el trabajo, acaba recayendo en las raíces de esa huerta que lucha por mantenerse en pie ante el derribo sistemático de lo que la sostiene.
Víctor Fernández López @victorfl___