Una película como obra es la cristalización cultural de las inquietudes de un creador que forma parte de una sociedad. Tanto el cine de entretenimiento como aquel más comprometido pasan por ser indicadores de las inquietudes de un país. La proliferación del cine artesanal en los primeros años del siglo XXI (que quiero desligar del concepto low cost sólo acuñable a las películas que capitalizan sueldos, alargan jornadas de trabajo y escatiman medios técnicos dentro de las estructuras y formas del cine industrial) se configura poco a poco como un valioso patrimonio inmaterial que se suma a los hitos dispersos que encontramos en la cinematografía española de la pasada centuria. Estas películas están saliendo de la total invisibilidad a la que se veían sumidas en una España más preocupada en una cínica imagen de marca hacia exterior que en favorecer y arropar los impulsos creativos que se producen dentro. Películas germinadas en la soledad, gracias a los apoyos económicos de familiares o amigos, al apoyo emocional de las parejas y en muchos casos a los ahorros de los propios cineastas fruto del empleo en cualquier otra ocupación. Películas creadas con la clara visión de que deben existir per se, como una necesidad y un termómetro de la vitalidad artística de cada sociedad.
Más allá de la polémica en torno al veto que la película ha recibido por parte de un banco transnacional, Edificio España no sólo funciona como alegoría de nuestro país y de su historia como se viene escribiendo en los últimos meses. Habla además de una manera de hacer cine en la que se verán reflejados muchos creadores del momento y cuya etiqueta, para quien la necesite, sólo puede ser al parecer definida por la no pertenencia a lo establecido. La película además tiene valor por su factura explícita, fruto de jornadas en las que el autor y su equipo quisieron sudar como los obreros que reformaban el rascacielos, salir como ellos llenos de polvo y sentir que el trabajo de cada individuo tiene el valor incontestable que cada hormiga detenta en un gran hormiguero. Como bien observó Luis E. Parés en su artículo La cámara frente a la torre, a Víctor Moreno se le sospecha uno más entre los cientos de trabajadores a los que retrata.
El reestreno de Edificio España debe ser celebrado como una batalla ganada al poderoso por parte de la ciudadanía y como una lección de que la unidad y la asociación es un gran valor contra los abusos que cualquiera de sus miembros pueda sufrir. El retrato que del trabajo nos viene mostrando Víctor Moreno en sus películas dista mucho del que su admirado Joaquim Jordà plasmó en Numax presenta. A pesar de que veinte años no son nada, los trabajadores del Edificio España estaban lejos de la capacidad organizativa y reivindicativa que se consiguió en este país hace unas décadas. Sirva esta película como ejemplo y como invitación a que el trabajo individual del cineasta, en paralelo al trabajo de otros muchos, no sólo enriquecerá saludablemente el patrimonio cultural español sino que también lo hará poderoso frente a los ataques de quienes lo miran con recelo en vez de protegerlo y celebrarlo.
Trackbacks/Pingbacks