Sobre las películas de la sesión ‘Los Martes del Documental‘ (Terranova de Alejandro Pérez Serrano y Alejandro Alonso Estrella y Abisal de Alejandro Alonso Estrella), por Ager Mendieta.

Personajes que vagan sin un rumbo fijo, ciudades en constante construcción, embarcaciones que navegan ante un sol ardiente. Cuba marca políticamente las imágenes y los sonidos de los cortometrajes Terranova y Abisal. Dos piezas que muestran al país en tránsito, con un temor hacia el futuro y con la carga de un pasado hostil y reprimido, tanto físicamente y en lo que se refiere a la educación de sus gentes. Terranova desarrolla el viaje por una ciudad que desaparece, La Habana, llena de fantasmas y visiones postapocalípticas narradas por una voz en off que marca a nivel formal y estilo la visión de la colaboración entre Alejandro Pérez Serrano y Alejandro Alonso Estrella. Esta sensación que produce la inmersión en el mundo de Terranova también se capta en Abisal, la pieza en solitario de Alejandro Pérez Estrella. Un viaje por el mar, desde lo ilógico de los ensueños entre marineros hasta lo más terrenal, la naturaleza humana. Carlos Quintela, director cubano, retrata en La obra del siglo (2015) una visión postapocalíptica de La Habana, personajes que crecieron a la sombra de una panfletaria Cuba que abandonaba a sus gentes y les hacía desaparecer del mapa. El faro, protagonista y tótem de Terranova y Abisal, traza una guia para la búsqueda de nuevas formas dentro del documental cubano, una hibridación entre el cine ensayo y la propia realidad.

El cine como forma de pensar y soñar

Los sueños revelan lo más profundo de nuestros pensamientos, como volar o salvar vidas. Cuestiones imposibles que suceden en la mente de los marineros en Abisal. “Las personas que no sueñan están muertas” proclama uno de ellos. La Habana no está muerta, está llena de fantasmas que trabajan bajo el sol, gentes sencillas que divagan sobre la vida y la muerte. Y el cine las ennoblece. La cámara adopta esa presencia que guía a los personajes, les mueve por todos lados; por esos laberintos invisibles de un barco buscando respuestas y haciéndoles pensar sobre sí mismos, su papel en la Cuba contemporánea. Un viaje que muta en un limbo eterno sin salida, como en Dead Slow Ahead (Mauro Herce, 2015), donde la tripulación filipina de un barco mercante sobrevive a la inmensidad y a la lentitud del paso de la vida. Así muestra Cuba el director Alejandro Alonso Estrella bajo su mirada. Al igual que Francisco Marise junto a Javier Rebollo en Para la guerra (2017) sobre un hombre perdido de la misma manera que en búsqueda activa de esa Cuba soñada, atrapado entre la selva y las ruinas, el recuerdo y la memoria perdida. Retratos ensayísticos sobre formas sepultadas de observar el mundo que nos rodea.

Terranova plantea una Cuba similar, recurriendo a una voz en off y en colaboración con el director español Alejandro Pérez Serrano, Estrella edifica con su cámara un país que entra en contradicción con la realidad. Una mirada alienígena que plasma a través de imágenes una ciudad que se teje desde lo más profundo de la oscuridad, un nuevo mapa del país oculto. Dispositivos fílmicos como el fuera de foco, las sombras y destellos que se dejan entrever a través del espejo de la propia cámara funcionan como el umbral desconocido de una generación de cubanos a la espera constante. La cámara estática y los leves movimientos se entremezclan entre las gentes y no se distinguen entre las imágenes en papel mostradas por los directores, desdobladas, rodadas con la misma precisión retórica y acompañadas de un diseño de sonido que parece haber salido de una cinta de ciencia ficción, bulliciosa y tecnológica. Terranova es un viaje por lo que realmente significa una ciudad para los directores, más allá de la fisicidad de la arquitectura, la historia y la memoria, la película deja claro que son sus gentes, su espíritu y la experiencia de un sentir propiamente cubano.

Los paradigmas de representación del nuevo cine cubano que se mueven entre el documental y la hibridación de lo experimental crean nuevas experiencias para la inmersión en universos estéticos llenos de fantasmas, faros que guían y una nueva filosofía a la hora de plantear piezas audiovisuales. Una visión poética que encuentra en el mecanismo cinematográfico la manera de traslucir los pensamientos de una comunidad. La cámara se posa frente a un faro, estática. Un plano detalle deja entrever a un joven que se desdobla en tres por el movimiento de los espejos y luces. El faro funciona como una máquina del tiempo que guía a una isla que se encuentra políticamente y cinematográficamente en incertidumbre, a la espera de un cambio sustancial que abra puertas y deje salir un nuevo sol radiante.

Ager Mendieta @TheMendietaa