Sobre la película Esquirlas de Natalia Garayalde en el Ciclo Docma de noviembre, por Santiago Varela Antúnez.

El 3 noviembre de 1995 estalló la Fábrica Militar de Río Tercero, en Córdoba, un hecho que cambió la vida de Natalia Garayalde, directora argentina que creció creando imágenes con una cámara de 8 milímetros. Reconstruye un hecho traumático que sucedió durante su infancia para poder comprender el presente y darle una explicación a la enfermedad de sus familiares. Esta explosión provocó que más de 20.000 proyectiles se dispararan sobre Río Tercero, ciudad creada exclusivamente para ser habitada por los trabajadores de una fábrica química que abastecía con armas de forma ilegal a países que estaban en situación de guerra en aquella época. Este proceso de investigación se realiza a partir de found footage (metraje encontrado), que un día descubrió y digitalizó Natalia Garayalde con el objetivo de reflexionar sobre lo sucedido, tratando temas como la memoria familiar y la responsabilidad gubernamental en un proceso de búsqueda de la verdad.

Veinticinco años después, partimos del material captado a partir de la mirada inocente de una niña que jugaba con su hermano entre los escombros de la explosión. Imágenes que se articulan a modo de discurso que reflexiona desde una visión adulta de los hechos, mostrando la verdad siniestra sobre el caso y las heridas difíciles de cerrar. Esquirlas es el retrato de una vida fragmentada en imágenes caseras en las cuales Natalia Garayalde trata de encontrar los motivos de las enfermedades de sus familiares, desde un presente lleno de dolor observa su pasado con rabia por lo sucedido y por la falta de responsabilidad de las diferentes instituciones que encubrieron este hecho.

La obra presenta un guion muy bien estructurado con tres partes bastante marcadas en las que podemos observar la realidad cotidiana antes del fatídico día, el momento de explosión y caos y los sucesos posteriores al estallido, todo ello acompañado por la voz en off dolida de Natalia Garayalde. El relato ha sido construido de esta manera gracias al magnífico trabajo de organización del material de archivo familiar, en el que podemos ver a la directora cuando era niña, ya apuntaba maneras con su estilo narrativo, grabaciones que debieron suponer una especie de escuela de cine casera. Esa obsesión por tener la cámara en la mano hace que en el presente haya sido posible contar esta historia y todo que aconteció.

Esquirlas hereda la tradición narrativa documental iberoamericana de maravillosas películas como Los rubios (2003) de Albertina Carri, una obra en la que su directora también realiza una mirada a su propio pasado familiar. La forma de contar hechos traumáticos pasados nos atrae como espectadores, ya que la documentalista es capaz de desnudar su alma ante la cámara en busca de que se haga justicia, algo que no se pudo obtener en el pasado, pero que puede ayudar a cambiar el presente. Una obra que lanza sus imágenes al público, para que seamos partícipes de este proceso de investigación tan personal e íntimo.

Santiago Varela Antúnez @santi_vaan

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