IDENTIDAD Y MEMORIA. INTERSECCIONES ENTRE LO INDIVIDUAL Y LO COLECTIVO

Somos nuestra memoria, somos ese

quimérico museo de formas inconstantes,

ese montón de espejos rotos 

Jorge Luis Borges

TheAmerican_FilmStill_Cruz Traer a colación dos términos como “Identidad” y “Memoria” obliga inevitablemente a reflexionar sobre diversas ciencias sociales cercanas y, a su vez, alejadas entre sí por su carga de matices y diferencias metodológicas. Considerar estos dos conceptos despierta el pensamiento a no pocas disciplinas como la Historia, la Sociología, la Antropología, la Psicología, la Filosofía…; una amalgama de realidades que interrelacionan de forma diversa y que permiten acercarse a la pregunta: ¿Cómo se conforma nuestra identidad y nuestra memoria? Siguiendo las teorías del sociólogo Norbert Elias, el ser humano no puede entenderse como una entidad autónoma, sino como parte integrante de una sociedad; al igual que un estudio de la sociedad tampoco puede llevarse a cabo sin tomar en cuenta al individuo. Lo que Elias propuso era entender estas dos realidades como interdependientes, como dos caras de una misma moneda que se retroalimentan. Se sobreentiende así que la construcción de nuestra identidad y de nuestra memoria se genera de un modo en el que no existe una clara línea divisoria entre lo individual y lo colectivo: ¿Nos comportamos, nos identificamos y recordamos de una manera específica por nuestra propia y “única” realidad vivida, o debido a que también somos herederos de una “memoria colectiva” -llámese a su vez educación y tradición- que nos coacciona y condiciona? Esta última pregunta es la que, con sus diferentes propuestas formales y de contenido, puede rastrearse en los cinco cortos que conforman esta sesión.

En el primero de ellos, Sin dios ni Santa María, los directores Samuel M. Delgado y Helena Girón, presentan un material rodado con rollos caducados de 16 mm que posteriormente revelaron artesanalmente, lo que dio lugar no sólo a una textura cinematográfica que comienza a evocar tiempos pretéritos en esta era del digital, sino también al azar de la imagen, con rastros de sombras, rallones, y manchas que en su misterio se entrelaza perfectamente con la temática que retratan: sobre un paraje desconcertante, los acantilados de Famara, y un pequeño pueblo aislado del norte de la isla de Lanzarote, comienza a escucharse una grabación que recoge ciertas tradiciones orales sobre las brujas. Estos relatos, cercanos al “realismo mágico”, se van contraponiendo con la protagonista del corto, una anciana campesina cuyo rostro y cuerpo recuerdan a formas de vida socioeconómicas de un mundo centroeuropeo a punto de desaparecer, como ya apuntó en su día Pasolini.

Así, en este juego de realidades superpuestas, a las que le acompañan un sonido cargado de matices, reaparece una figura casi olvidada en la contemporaneidad pero estigmatizada por la Historia: la bruja. Pero, más aún, el cortometraje, al situar a la protagonista en un paraje descontextualizado de aquel que la “memoria colectiva” tiende a vincular a dichos personajes, replantea la pregunta: ¿Quiénes eran en verdad estas figuras? Resuena de este modo el interesantísimo ensayo “Calibán y la bruja”, de Silvia Federici, en la que la autora dio un vuelco histórico a la percepción que se ha tenido de las mismas. Frente a la visión diabólica y siniestra, se reconstruye una lectura en la que estas mujeres, que tendían a ser grandes conocedoras del ámbito natural y rural, cumplían con funciones espirituales y curativas, creando tradiciones que diferían de los intereses más destacados de la ortodoxia religiosa y el poder hegemónico. Pero dejando de lado la teoría, lo más interesante de Sin dios y Santa María es que en su propuesta formal, más que narrar y explicar, sugiere y evoca para replantearnos la pregunta de cómo se construye parte de nuestro imaginario colectivo.

Ser-e-VoltarEl segundo cortometraje de la sesión es Ser e voltar, de Xacio Baño. En esta ocasión el autor regresa a la pequeña aldea gallega donde habitan sus abuelos con el fin aparente de grabar con ellos una película. Sin embargo, las realidades de ambos mundos interfieren en el posible filme que da lugar a un ensayo cinematográfico en donde se ponen en evidencia la mirada de una generación sobre la otra y viceversa. Tanto los rostros y los cuerpos de los ancianos como el espacio donde residen, transpiran una economía rural en la que, después del duro esfuerzo y el trabajo, la tierra devuelve algún rendimiento: las vacas, los eucaliptos, las gallinas, los vegetales… Puede parecer poco, pero cierta ganancia y sustento están asegurados.

Ha pasado el tiempo, y una generación les separa de su nieto. En otros periodos de la Historia este tránsito no implicaría un cambio sustancial, sin embargo, en este caso se sobreentiende que ha acontecido una alteración de la realidad con un periodo de bonanza económica que ha permitido a esa nueva generación no tener que encadenarse al mundo rural y poder formarse en otros ámbitos. La tradición a la que pertenece Xacio, y, por tanto, parte de su identidad, está vinculada a ese mundo rural, dominado por una economía del sector primario, sin embargo, su formación se ha vinculado con un entorno muy diferente y casi antagónico: el mundo audiovisual. A pesar de la contemporaneidad de dicha disciplina, el cine -tal y como considera la anciana- se encuentra en decadencia, ya no interesa, y por tanto la vida de su nieto no augura un fácil porvenir… Xacio filma a sus abuelos mirando a cámara, cogidos por el brazo como si se tratase de un retrato antiguo, y, a su vez, se graba a sí mismo frente a un espejo borroso: dos mundos que parecen tambalearse y que en sus vínculos de unión se esfuerzan por dialogar entre sí dando lugar, entre otras realidades, a este breve relato intimista.

Eusebio, el americano, de Ruth Somalo, es el tercero de los cortometrajes. En él la autora también se enfrenta a sus antecesores, pero desde un a perspectiva diferente. Las primeras imágenes del filme, grabadas a finales de los 70, presentan de forma breve un paseo rural entre un anciano y su pequeña nieta, que no es otra que la misma directora. Con una elipsis temporal de casi treinta años se vuelven a encontrar los dos personajes, pero en una situación muy diferente: Somalo se adentra en la cripta donde está enterrado su abuelo, conocido como “Eusebio, el americano”. La visión de un cráneo renegrido en el que sobre la cuenca de los ojos todavía se aprecian de forma desconcertante unas cejas pobladas, nada tiene que ver con ese cuerpo fornido de hombre campesino que se presentaba en las imágenes de archivo. Entre esos dos mundos distantes y alejados ya sólo pervivía un deseo que hasta el momento de la exhumación se había cumplido: “descansar” en el mismo lugar de quien consideraba su íntimo amigo. Las razones por la que tomaron juntos dicha decisión se desconocen en detalle, más allá de una estrecha relación de amistad, pero eso no es lo que importa. Lo que de verdad interesa es cómo esa “voluntad atemporal”, se ve quebrada por una realidad confrontada y un presente desmemoriado y cargado de intereses.

Ante la mirada violenta del espectador, que ve cómo el profesional del cementerio va desarmando el ataúd, es inevitable que resuene la frase de Arthur Schopenhauer: “Cada uno tiene el máximo de memoria para lo que le interesa y el mínimo para lo que no le interesa”. El deseo de “Eusebio, el americano” y su amigo se ve vulnerado por unos propietarios que ya no parecen recordarles, y donde las voluntades versus las conveniencias son tan dispares que el diálogo se rompe. De ahí, tal vez, la irrupción de la música pop que aparece en el filme, que introduce ciertas connotaciones irónicas, surreales y discordantes…

Bello,bello,bello_1A este cortometraje le sigue Bello, bello, bello de Pilar Álvarez, donde nos alejamos de las relaciones familiares directas para adentrarnos en los pasillos y salas del Museo de Bellas Artes de la Habana. A través de juegos de iluminación y un recurso de cámara fluido, con barridos por los cuadros y movimientos de steady cam, se genera una sensación fantasmal que reactiva la memoria del lugar. Llega la noche y el museo cierra sus puertas: es el momento en el que dicho espacio comienza a recuperar su “verdadero” sonido, que no es el del silencio hueco y frío, sino una suerte de concatenaciones de frases sueltas, opiniones, ideas, experiencias de los que han transitado y observado esos cuadros que, día tras día, permanecen en las paredes de la institución. Esta realidad estática y aparentemente invariable, se combina con la mirada múltiple de los espectadores, que van creando una capa infinita de vivencias ante la visión de cada lienzo: interpretaciones donde se entrelazan las impresiones subjetivas y los datos y conceptos más cercanos a una posible objetividad.

Entre todas estas voces se va imponiendo una en especial. Su pausado discurrir analiza diversos cuadros, desde retratos clásicos, a representaciones abstractas y paisajes hiperrealistas, como los de Tomás Sánchez, y cada uno de ellos despierta diferentes instintos, desde la mirada estética del cuerpo, a algún momento clave de su vida: la sexualidad y las complejas relaciones familiares y sociales. El arte actúa así como un resorte del sentimiento y del pensamiento; las imágenes creadas a lo largo de diversos siglos evocan recuerdos y creencias tanto personales como colectivos. Cada lienzo que surgió con la pretensión de plasmar la mirada de su autor, despierta en el narrador diferentes estímulos, como el amor, el odio, la envidia, el dolor, para recomponer un relato con el que, de una u otra manera, el espectador tiende a identificarse a través de esas propias imágenes que conforman parte de la Historia del arte occidental.

Por último, la sesión se cierra con Al pelae, de Óscar de Julián. Como en otros de sus trabajos, este cortometraje se acerca a la identidad y a la memoria de un personaje que se caracteriza por alejarse de ese mundo entendido como “cotidiano”. Esta propuesta, frente a las otras piezas de la sesión, no plantea una reflexión entre generaciones o una narrativa con personajes “invisibles”, sino que confronta directamente al protagonista: “Al Pelae”, un anciano que vive casi en la indigencia y que, mirando a cámara con unos ojos vidriosos que transmiten una mirada/memoria borrosa, va relatando sus recuerdos; una suerte de vivencias estrechamente vinculadas con el boom de los años 60 y 70 de Torremolinos. Esa época en la que España pretendió venderse rápido y sin claras vistas de futuro, casi como un instinto de supervivencia, a través del eslogan “Spain is different” que anunció Manuel Fraga en su época de ministro.

Las imágenes de archivo con las que comienza el cortometraje, que muestran “cierto” esplendor turístico de la época, se contraponen con esos mismos espacios pero en la actualidad, ahora cargados de decadencia: carteles desconchados que anuncian productos que ya no se venden y esculturas de una terrible carga kitsch. Es la imagen contemporánea de ese lugar que otrora recibió a grandes estrellas de la música y del cine. Se estable así un extraño y macabro paralelismo entre el destino de ese aparente mundo fulgurante y la deriva de Al Pelae: un instinto de aliento y deseo de cambio, mezclado con el ingenio, la superación y los excesos, que tienen como final una triste autodestrucción. El ansia de éxito de “Al Pelae”, con sus vivencias como cámara, animador y ventrílocuo, y de esa posible España con costas del sur glamurosas, ha quedado reducido a un hombre y a un lugar deteriorado, folklórico y cañí. Al igual que al personaje, tratar de rehabilitar ese “mundo alcoholizado”, tiene pocos atisbos de esperanza…

Puedes consultar el programa completo con fichas de todos los cortos.

Nayra Sanz Fuentes