Hasta el momento, el trabajo de Fernando Vílchez Rodríguez se ha caracterizado por indagar sobre problemáticas sociales contemporáneas vinculadas a la carga histórica de los lugares que retrata; espacios que van sedimentándose con realidades y acontecimientos que no se deberían olvidar. Lo ha hecho a través de películas que, con material yuxtapuesto y sin recurrir a vías explicativas directas, dejan en el espectador un poso de desazón y desconcierto, como en el cortometraje Sólo te puedo mostrar el color y La Calma –ambos seleccionados para participar en la Berlinale-, o con formatos de narrativa más tradicional como en La Espera. De una u otra forma, este director peruano se adentra en temáticas donde se contraponen experiencias vitales, con su realidad confusa y poética, y acontecimientos históricos y políticos marcados por la compleja relación entre el hombre y la naturaleza.

Así, en La Espera Fernando Vílchez Rodríguez nos inicia en un viaje para llegar a un lugar, la selva de Bagua, un enclave alejado al norte de Perú, casi frontera con Ecuador. Al llegar a lo alto de una frondosa colina nos plantea una primera pregunta: ¿Cuál es la memoria, la historia que recoge ese lugar, aparentemente paradisiaco? Acto seguido aparecen en pantalla un conjunto de imágenes de archivo cargadas de una enorme violencia: hombres muertos salvajemente en medio de la selva. Es el caso del Baguazo, acontecido en 5 de junio de 2009, y que está considerado como el mayor desastre policial de la historia de la República del Perú; un caso que causó 33 muertos (23 policías y 10 civiles) y por el cual, a día de hoy, después de tener abiertos cuatro casos judiciales, nadie ha sido condenado: la espera, una larga espera en la que ningún político se quiere responsabilizar.

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Es una realidad nacional que Vílchez analiza y estudia a fondo, a través de un interesantísimo material de archivo, entrevistas a diversas partes implicadas y un viaje personal que realiza con el fin de hacer un taller de cine y conocer en directo esta zona del Perú. Un caso que el director expone con una narrativa documental de corte clásico y hasta televisivo, pero cuyo interés, tanto por su forma como por su fondo, trasciende lo meramente local, ya que son muchos los elementos que se plantean en La Espera que se pueden extrapolar a realidades que acontecen más allá de esas fronteras.

Habría que empezar por analizar el propio estilo de la película en relación con su contenido, ya que acercándose, como se ha apuntado, a un formato clásico y de algún modo estandarizado, el documentalestá irónicamente abocado, por su propia temática, a una censura encubierta: en Perú ningún medio televisivo mayoritario quiso emitirla, e incluso Vilchez tuvo problemas para proyectarla en la ciudad de Lima. Finalmente el periódico La República, cercano a una política de centro izquierda, decidió sacar una edición de DVD que se vendió junto con la publicación. A su vez, se tomó la decisión de subirla a internet, espacio de libertad de expresión y debate plural -por el momento-. Por tanto, La Espera puso una vez más en evidencia el comportamiento estandarizado que han adoptado en los últimos decenios una gran parte de los mass media, tanto públicos como privados, en pos del encubrimiento de ciertas verdades y con el fin de proteger de forma exclusiva intereses muy específicos. La película, que retrata así uno de los casos más controvertidos de la República del Perú, y en la que el director se ha preocupado por incluir las posturas y opiniones de todas las partes –políticos, indígenas, investigadores, etc.-, sin embargo, no ha tenido un fácil acceso a la población por las vías más tradicionales y populares.

LA ESPERA still 2-webY éste es uno de los puntos fundamentales que desvela la película: la denuncia a una falsa política democrática en donde la ciudadanía se ve vapuleada y engañada por los intereses de unos pocos; una realidad que a nivel histórico, como ya escribió en 1971 Eduardo Galeano en Las venas abiertas de América Latina, ha definido una parte fundamental de la realidad política de los países latinoamericanos y que en la actualidad es, dramáticamente, una dinámica que ha traspasado dicho continente para llegar a algunos países de la vieja Europa. Es decir, una alianza ya no entre el pueblo y un gobierno electo democráticamente en base a un programa determinado, sino entre el capital trasnacional, la oligarquía nacional y el aparato militar del Estado.

En este caso en particular, La Espera muestra al presidente Alan García poco antes de las elecciones, manifestando su intención de proteger a las poblaciones más empobrecidas y defenderlas de los saqueos de las multinacionales. Sin embargo, pocos meses después, ya ejerciendo su papel de Presidente, firma en 2007 el Tratado de Libre Comercio (TLC) con EE.UU, con George Bush como presidente. Esta firma permite, entre otras cosas, la entrada de empresas privadas a zonas protegidas de la selva. Las comunidades indígenas aguajún y wampis, ignoradas por el Gobierno y haciendo caso omiso al documento legal e internacional (1989) en que los pueblos indígenas deben tener garantizada su autonomía y su derecho a la consulta en los asuntos que los afecten, se levantan en signo de protesta; una realidad que les llevará, el 5 de junio de 2009, a lo que se definió como el complejo caso del Baguazo.

Como se analiza en La Espera, tras 57 días de bloqueo en la carretera La Curva del Diablo y la toma de la Estación 6 de Petroperú por parte de los indígenas, la situación se hace cada vez más tensa para terminar, tras un operativo militar de ofensiva, con la muerte de 33 personas, por las cuales ningún político va a asumir ninguna responsabilidad. Muy al contrario, se establece un absoluto blindaje a la clase política del momento, responsable primera, según denuncia la Comisión de Investigación del Congreso, de lo que allí sucedió.

LA ESPERA still 5-webAsí, La Espera, que comenzaba presentando un lugar frondoso y paradisíaco, se convierte en un viaje a las entrañas de la memoria donde se muestran las complejas fuerzas e intereses políticos que conforman nuestras realidades contemporáneas; un viaje que obliga a adentrarse y pensar en otras formas de entender y relacionarse con el entorno, como la filosofía panteísta de los indígenas confrontada con el capitalismo occidental. Mientras que el líder indígena Santiago Manuin declara ante la cámara: “He luchado justamente en la defensa de mi pueblo, si vuelve a suceder volveremos a hacerlo, si mueres, pues mueres, pero la tierra sigue; el dinero se acaba, pero la tierra sigue”, Alan García declara justo un año después de la tragedia del Baguazo, que el 5 de junio será a partir de entonces el día nacional del Ron peruano. Sobran las palabras. Como escribía Octavio Paz en su poema Pasado en claro:

“¿Hay mensajeros? Sí

cuerpo tatuado de señales

es el espacio, el aire es invisible

tejido de llamadas y respuestas.

Animales y cosas se hacen lenguas,

a través de nosotros habla consigo mismo

el universo”.

 Nayra Sanz Fuentes